viernes, 26 de julio de 2013

La casta periodística

Que la prensa no es ese cuarto poder que defiende la mitología liberal, cuya tarea sería hacer efectiva la libertad de expresión, y a través de ella, la búsqueda de verdades molestas a los otros tres poderes, es algo tan obvio y evidente hoy en día que casi no habría que darle más vueltas al asunto, ni dedicarle ni una sola línea más, dados, por ejemplo, los excelentes trabajos de Pascual Serrano o el documental “Cuartopoder”. Tal vez la polémica podría estribar en si, en su conjunto, lo ha sido alguna vez. El autor de este blog, desde luego, tiene sus reservas.
Resulta difícil calificar esta época, pero lo que está claro es que a nadie con un mínimo de honestidad y, sobre todo, de cierta perspicacia epistemológica, se le ocurriría emplear términos como “progreso” o “ascenso” para definirla. Es, sin duda, un tiempo sombrío, que autores a los que el que escribe estas líneas admira, como Samir Amin o Xabier Arrizabalo, han definido como “capitalismo senil”, o “capitalismo en su fase descendente”. Sin embargo, si algo podemos agradecer a estos tiempos es que, en su decadencia, se estén llevando por delante ciertos dogmas del liberalismo que durante mucho tiempo se nos han presentado por el Poder (con mayúsculas esta vez) como verdades irrefutables, y que ahora se baten en retirada.
Como recuerdo decir a Julio Anguita en una conferencia de hace ya al menos diez años, no existe la separación de poderes, sino que todos ellos, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, obedecen al unísono a un único poder, que no es otro que el de la oligarquía económica (lo que la izquierda ha conocido siempre como “burguesía”). Se tratarían, por tanto, de los diversos tentáculos de un mismo pulpo. En lo que se refiere a los medios de comunicación, se podrían considerar el tentáculo propagandístico, y su función no sería ya la de desvelar ante la opinión pública los tejemanejes del poder político, sino la mera reproducción ideológica del sistema. Tiene tan clara la oligarquía el papel de sus medios, que ni siquiera los maneja como empresas cualquiera, en virtud de sus beneficios económicos, sino que los mantiene a pesar de que resulten tremendamente deficitarios. Y, como ocurre con los políticos, alrededor de ellos se ha creado una casta, cuya función principal ha consistido, desde la Transición hasta nuestros días, en sacralizar al régimen, haciéndonos creer que cualquier alternativa a él era, o bien imposible, o bien indeseable.
La irrupción de internet en nuestras vidas abrió una quiebra en ese discurso monocorde. Desde hace algo más de una década, uno puede asomarse a la red y no sólo obtener informaciones y voces que hasta ahora los medios nos hurtaban, sino que además puede volcar la suya propia. Sin embargo, no conviene engañarse: por un lado, esa grieta que se ha abierto, aunque importantísima, todavía es pequeña en comparación con el muro aún inmenso de los mass media. Por otro, la crisis de los medios tradicionales no se debe a la irrupción de internet, o al menos no solamente, sino que coincide con la grave crisis de legitimidad en que se encuentra el sistema económico y político que ellos ayudaban a sustentar. Toda propaganda tiene sus límites: en el caso de los medios de comunicación, la evidencia ante los ojos de la mayoría de la población de que no buscan informar, sino que obedecen a unos intereses que son, cada vez más, hostiles a los de esa misma mayoría. Ocurre entonces una paradoja: cuanto más necesitan la oligarquía económica y la “casta política” dependiente de ella echar mano de sus medios afines ante la falta de credibilidad democrática de sus políticas y sus abusos, más grotescos se presentan éstos ante los ojos de una población descreída a la que pretenden, de una forma cada vez más transparente, tomar el pelo, y sin embargo, no pueden dejar de cumplir con su función, pues la propaganda, unida a la represión, son lo único que le queda para sostenerse en el poder a una clase dominante incapaz ya de satisfacer las necesidades siquiera básicas de capas cada vez mayores de la población.
Es en este momento de quiebra cuando están apareciendo nuevos medios y nuevos periodistas que, ellos sí, buscan desenmascarar los vericuetos del poder desde una perspectiva independiente, cuando no abiertamente militante del lado de los que hasta ahora no teníamos voz. De todos ellos, el autor de este blog se queda sin duda con el joven profesor Pablo Iglesias, no sólo porque en sus tertulias introduzca un nivel de calidad que contrasta sobremanera con la pobreza general, sino además por la forma en que se ha colado en los debates mainstream. Hay quienes le critican por ello: es obvio que los medios de comunicación le utilizan, por un lado, como vedette mediática, y por otro les sirve para darse un lavado de cara de pluralidad ideológica. Dudo mucho que nuestro hombre no sea plenamente consciente de tales hechos. Por otro lado, su propia presencia es síntoma evidente de que tal pluralidad ideológica pasa ya necesariamente por incluir a gentes que plantean una ruptura clara con un régimen ya agotado.
Por parte de quien escribe estas líneas, decir que no puede evitar sentir una profunda satisfacción cada vez que ve a Pablo Iglesias repartiendo mandobles teóricos a cada uno de los miembros carcomidos de esa casta periodística que ante sus argumentos no son capaces de enfrentar más que gruñidos, mentiras evidentes y malas maneras. Hasta tal punto han sido tratados durante las tres últimas décadas como una casta aparte que en el momento en que se les opone alguien que no comparte sus modos ni sus intereses y les obliga a esforzarse se muestran, en toda su absoluta mediocridad dialéctica y analítica, como lo que siempre han sido: tigres de papel.
Cuenta Eduardo Galeano en el tercer volumen de su epopeya Memoria del fuego -El siglo del viento-, que a Eva Perón “no es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado con sus atavíos de reina”. Pues igual nos sentimos muchos. No es que le perdonemos a Pablo Iglesias su arrogancia, su egocentrismo y su chulería contra los Marhuenda, Inda, Rojo y compañía, es que se los celebramos. Son nuestra pequeña venganza. La otra, la grande, contra sus jefes, ya llegará. 

1 comentario:

  1. Muy bueno Chavi.

    Por si no lo has oido, te recomiendo el podcast de Carne Cruda 2.0 donde entrevistan a Pablo Iglesias.
    http://goo.gl/t19qKT

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